HACER LA IMAGEN PROPIA ES DECIDIR COMO HACERLA
Agustina Lescano escribe sobre la obra de Eugenia Suárez.
Mauge milita en la izquierda. Si fuiste a un par de marchas en Santa Fe, probablemente te suene su rostro. Como cualquier militante -capaz más por ser la que le sale bien – pinta pancartas, banderas, paredes, deja pintura roja por todos lados – . En sus obras, no. Como artista visual, ¿y más aún como militante? se abre a la infinidad de posibilidades.
Si mirás una de sus obras, obritas, según el formato de las creaciones preciosas que hace, podés ver una columna de fuego humeante. Una mata de amor seco, un mandala electrónico, un camalotal vectorizado en verde y violeta. Pequeñas wiphalas sintetizadas. Son imágenes que pueden ser un disco dorado de sol o un aromito serigrafiado.
Son formas abstractas que tienen familiaridad con imágenes cotidianas, pero no son unívocamente algo ni están impresas o en la pantalla. Se ve de qué están hechas: del oficio de la tejedora y la bordadora. Un trabajo que empieza con el papel y los colores elegidos dispuestos en un espacio cómodo en la casa. Sigue con infinitas idas y vueltas del ojo a la mano, al calado, a la hoja, al hilo.
Estamos rodeades del lenguaje del poder, ¿significa que no podemos hablar? preguntó una vez Didi-Huberman. En el ejercicio de Mauge de experimentar las posibilidades del tejido y el bordado está su oficio de hacer imágenes propias, en un mundo atormentado de imágenes ajenas.
La factura de la imagen viene del pulso, de lo que se anda buscando, de lo que se anda pensando, de unas ganas de ir hacia cierta cosa. Si la imagen surge cuando la mancha se hace algo para alguien, se mueve distinto según cómo es percibida. Nos importa cómo está hecha: hacer la imagen propia es decidir cómo hacerla.
La mecánica se renueva en cada puntada y permanece en el compromiso de volver mañana, más tarde, buscando que salga otra cosa. Los dibujos hechos de hilos y calado viajan desde los tejidos latinoamericanos ancestrales, por momentos en la historia del arte textil, a través del legado de una abuela, una madre o una tía tejedora. El hilo de Ariadna, las telarañas en el rincón de un tapial húmedo, rollos de hilo flúor y papeles de buen gramaje o un enredo de babas del diablo. Todo eso son las obras de Mauge, o pueden ser.
Son imágenes delicadas. Hechas de la precisión entre el agujerito y la tensión del hilo y el corte limpio, exacto. Pueden desatarse en cualquier descuido. No montan ninguna ilusión de transparencia ni obviedad. ¿Para qué? Ya vivimos en una sobreexposición de imágenes que intentan o fingen eso.
Un oficio creativo como espacio cotidiano, un bordado en papel que marca caminos en el plano, hilos en vez de tinta, lápiz o pixeles. Crear tejiendo reivindica para el cuidado de una misma el trabajo textil, lo pone a bailar en formitas brillantes. El espacio de las imágenes de Mauge -cuadrado o rectángular o redondo- es siempre para ella, la que se sienta a elegir los hilos. A pensar mil veces qué inventar, con los gajes del oficio.

Agustina Lescano nació en Santa Fe en 1992. Publicó “Se rompió la máquina” (4ojos, 2015) y “Nena” (Corteza, 2016) y un título dentro de la colección «Dos poema»s de Ediciones Arroyo. Es narradora oral escénica, estudia Comunicación Social y ha colaborado en distintos medios gráficos y en radio. Coordina un taller de escritura junto con Larisa Cumin. Por “Nena” recibió el Premio Provincial de Poesía José Pedroni. Participó como invitada del Festival Internacional de Poesía de Rosario en 2017. Forma parte del grupo de poesía La Chochan; y del grupo Maraña, de narración oral.